La Rotonda, Palacio de Bellas Artes (1989)

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Los Ritmos del No

Vicente Matijasevic

Debió esperarse que el doctor Sperry separara por la mitad un cerebro humano vivo, para que desde la misma ciencia (centro actual de la razón), se gestara la más formidable demarcación de los límites desde los cuales la razón ya no puede actuar. Antes de Sperry, se pensaba que ella tenía la potencia de penetrarlo todo. Ahora quedó bien diferenciado que le pertenecen sólo los asuntos lineales (los que grado a grado se desarrollan) mientras que los holísticos (en los que todo se desarrolla a la vez) escapan completamente a su visión. Es prueba de la dificultad que existió para delimitar este campo de acción de la razón, que sesenta años antes de Sperry, se hubiese tratado de liquidar el maremagnun del lenguaje filosófico, que a la luz de la historia era una enorme confusión, proponiendo que la única filosofía posible, era la “crítica lingüística”, con la cual se suponía, podía evitarse el lenguaje “mal definido”, pasando al “bien definido”. Asignábase pues a la filosofía la capacidad de dar salud al lenguaje, y aunque esta idea tuvo el mérito de ser una alerta contra la parlanchinería desordenada a la que occidente es tan propenso, llevó sin embargo al error de postular que los defectos del lenguaje se podían resolver usando al mismo lenguaje como corrector, lo cual hacía suponer que tales defectos eran apenas “defectos de su propio proceso”, dejando de lado dos cosas:
Primero: Que el lenguaje (por lo lineal) está condenado a nunca estar “bien definido” frente a la realidad, a causa de la apretada solidez de esa realidad, la cual él jamás reemplaza totalmente.
Segundo: Que la verdadera enfermedad del lenguaje no está tanto en su proceso, sino más aún en la raíz de su intención. Las palabras son la herramienta que nuestro tipo de vida, en su lucha por existir, inventó —tomándose en vida humana— y la enfermedad de estas palabras no está tanto en los defectos de su uso lógico, sino mejor en el torcimiento de la intención social extraordinaria que aparece con tales palabras. No importará tanto perfeccionar cómo se diga lo que se dice sino mucho más perfeccionar la intención con que se diga. (Intención de aceptar la esencia social del ser humano y el hondo compromiso que representa).
Resumiendo estas dos cosas, digamos en cuanto a la primera, que lo holístico es insubordinable a lo lineal y a la segunda, que cuando lo lineal humano (o sea el lenguaje) no acepta así lo anterior, considerándose perfecto sustituto de la realidad, entronizase y enferma (Originando los fanatismos). Como veremos, indudablemente no es la filosofía sino el Arte puro, quien mantiene la salud primaria del lenguaje, lo cual consigue cada que inunda la existencia espiritual del hombre y de la mujer, de experiencias estéticas siempre nuevas, las cuales llevarán al ser humano hasta lo que la razón (distinguiendo como gozo), no entiende nunca bien como se produce (a causa de cierta dosis de sorpresa y de una buena dosis de profundidad viva), gestando así permanentemente en nosotros el renacimiento de la idea de lo misterio so, de la cual surge necesariamente la idea de Dios, siendo de ambas de donde beberá nuestro lenguaje la dosis de humildad necesaria para evitar la entronización de cualquiera de sus palabras, consiguiendo así aquella salud. El arte puro, con su gozo incomprensible, lleva a la razón a aceptar que lo incomprendido no es siempre amenazante, desmontando vigilancias excesivas de esa razón y permitiendo el reinado de lo sacro.
Se ha dicho Arte puro por distinguir la labor esforzada y en el fondo austera del Artista limpio, que a través de su estética siéntese acercado a los terrenos de lo sacro, de lo indeciblemente fundamental, dando así origen a tal Arte cierto, al Arte que recibiendo variadas influencias las digiere bien, uniendo pasados y presentes culturales en un trabajo que se alimenta desde las raíces y desde las esencias. Labor opuesta a la del Artista ilegítimo, siempre demasiado confuso y que aceptando informaciones desordenadas, las digiere mal, haciendo con ellas un “Arte” pasajero o repetitivo que desligado de tales raíces y de tales esencias, nos muestra solo los estertores de una sensualidad extraordinariamente contradictoria.
Resumiendo, todas las enfermedades de lenguaje entre ellas el mal, nacen del entronización de algunas palabras y través de esas palabras de la entronización de la razón que las usa, la cual sin freno tomase desmesuradamente en cuenta a sí misma, considerándose impostoramente como gestora absoluta d toda la espiritualidad humana, originando así fanatismos verbales multifacéticos. La razón no es como se cree, la demoledora de los fanatismos, sino que adueñada de un trono absoluto que no le pertenece, es la fabricante de todos los fanatismos.
Y siendo que cualquiera de esos fanatismos deberá producir alguna de las formas de la violencia humana, la que ataca al cuerpo en forma de violencia física o la que ataca al espíritu en forma de mentira, vale por ello hacer énfasis en que el Arte puro está para ayudar a evitar al hombre y a la mujer, el gobierno déspota de las palabras rígidas y para ayudar a generalizar el gobierno paciente y generoso de la idea de lo misterioso y a través de ello de la idea de Dios, (las palabras elásticas sirven para buscar tal idea de Dios, pero endurecidas, intentan impostoramente reemplazarlo a él). Por que Dios no es otro fanatismo. El ni es de palabras, ni es de números. El no representa la solución momentánea a las imperfecciones de la racionalidad actual, imperfecciones que alguien cree, reemplazaríamos algún día por palabras ya perfectas. (Ignorando que las palabras perfectas no existen).
En este sentido la voluntad viviente, mínima pero siempre veraz, (ante sí misma pertenécese sólo a sí misma) es prueba epistemológica principal de que Dios no se mete tanto con nuestro ser, como si debemos nosotros meternos con el de él. Pero acorralarlo con el lenguaje, como intentaron hacerlo los que tomaron como un portador de dividendos, es imposible. El es la única palabra anti-palabra que lejos de generar discursos que puedan encerrarlo, genera más bien las palabras delicadas o incluso aún, los silencios de la sencillez o del respeto.
Y a pesar de la importancia del Arte puro en todo este asunto, tampoco su valor es el máximo. Como tampoco la estética artística es la principal estética. Pues habiendo nacido (el arte y su estética) de la idea de lo misterioso divino, a la que a su vez rejuvenecen a cada paso, es ahora necesario ir más lejos aún, para poder entrever la idea principal y la más difícil, para poder ver la extraordinaria idea de la estética natural o estética del goce humano del mundo (goce desde una dimensión unificada y siempre honesta, que excluye las dificultades del instinto acusiante Idea a la cual sólo se llega asumiendo esos dos asuntos iniciales (de lo misterioso divino y del Arte) en toda su esencia fundamental.
Pero esta actitud aparentemente nítida ha chocado ya contra otro de los fanatismos. El éxito real y luminoso de la razón en la vida práctica, que nos llegó a entregar el dominio del fuego o el dominio de la penicilina (sin intentar nunca desconocer a Dios...), fue generando sin embargo en algunos ambientes el torcimiento lamentable de un fanatismo, que creyó encontrar motivos para una fé ciega en el poder total de esa razón y de las palabras; fé ciega de la que surgió la idea de la ciencia perfecta. De la ciencia absoluta. La idea de una ciencia en la que la certeza podía ser tan total, que Dios era epistemológica y emocionalmente innecesario. Y aunque el hombre puede y debe mejorar su relación con el mundo, y la razón bien usada, muchísimo le ayuda, ¿puede sin- embargo pasarse a anular a Dios? ¿Pasarse a fabricar sistemas “científicos” que anulan nuestra idea de lo misterioso divino? Occidente no vio con temor la contradicción entre nuestra necesidad de la idea de Dios (como generatriz de la austeridad humana) y la idea de la ciencia total (como generatriz y acicate de la epidemia de prepotencia actual). Pero hoy, aunque esa idea de lo sacro, de lo misterioso divino, es lamentablemente débil para nosotros, sin embargo la idea de la ciencia total empieza a perder su terreno. Pues ya la ciencia se nos mostró como el intento de acorralamiento de los seres, a partir de sus semejanzas con otros seres (semejanzas que nunca son totalmente absolutas). Ya la ciencia misma aceptó lo inaceptable durante siglos: ya el todo (por su valor holístico) es más que la suma de las partes (procesada siempre linealmente), lo que nos ha hecho ver que quienes creyeron en aquel purismo y en aquel absolutismo científico, creyeron en él porque estamos rodeados en nuestro mundo terrícola de tanta benevolencia, que fue posible hasta soñar con el absurdo de que dominábamos al Universo. Y aunque sin embargo es muy probable que lo fundamental de lo comprensible, llegue a ser comprendido, de todas formas para entonces ya se habrán gestado tres cosas:
Primero: La convicción de que comprender y controlar no es lo mismo.
Segundo: La comprensión del límite de la acción humana, acción que llegando a lo extraordinariamente grande o a lo extra ordinariamente pequeño, cesa o pierde eficacia.
Tercero: La convicción ya nombrada, de que lo incomprensible no es siempre amenaza o humillación para el ser humano. Sino que puede ser la causa de una fé global en la dimensión maravillosa y portentosa del Universo.
¿A dónde conducimos ya nuestro argumento “absurdo”? solamente a mostrar que el fanatismo que se generó por la razón “todo poderosa” (y que la “ciencia pura” llevó al clímax), permitió movilizar tal hecatombe de fuerzas humanas en la sola dirección de “esas ciencias”, que desatendidas las artes, sucumben ya.
Para la música, las artes plásticas y la, poesía incluso, ya vale aquello de que “de mil uno, de cien ninguno”. La valoración por las artes, recae ahora solo sobre las artes del pasado, mientras para estimular al arte nuevo, se aplica la falsa ley del más fuerte: “que sufran y solo flotará el mejor”. Tal errónea política de escogencia y valoración para el talento artístico, ha permitido flotar en realidad, sólo a los previos poseedores del dinero y no ya como antes a los mejores poseedores de ese talento, siempre más delicados, más sensibles, y en esta circunstancia a la postre más débiles que los demás. La ciencia y la técnica, obsesionadas por una velocidad absurda, acapararon y aún más robaron tanto la atención de la humanidad, que las nuevas artes, desatendidas, cayeron en manos del empresario que las vive como una fuente de lucro cada vez más vulgarmente personal y no ya como la espina dorsal de la adoración humana por lo sacro o por lo bello. Además está a la vista que las ciencias y sus técnicas, al mejorar la relación material del ser humano con el mundo, nos han hecho creer que e posible sólo desde ellas, desarrollar el goce de ese mundo, pues nos dicen: “si puede usted comprar tecnología, podrá usted gozar del mundo”. Pero el arte vuelve a decir: “la principal forma d sentir lo humano, vibrando placentera mente con él y por él, es el arte. Sin e arte, sin su sutil sentimiento y sin su vibración, usted se aleja de su propia esencia y tenga lo que tenga, no conseguirá gozar bien del mundo; (sin el lo misterioso divino se esfuma y la palabras entronízanse despóticas)”.
Sería hermoso que la mayoría de la música fuese buena música, o que en la mayoría de las exposiciones, hubiese buena pintura o que la poesía volviera a sorprendernos; pero eso exige dedicación y la dedicación toma tiempo y esfuerzo. Antes popular era del pueblo, era autóctono, era vernáculo, porque el pueblo gustoso sostenía materialmente a sus poetas, a sus trovadores, a sus cantantes y a sus dibujantes, mientras ellos ayudaban a mantener espiritualmente al pueblo.
Pero ahora con los enredos del dinero, de las ganancias, de los promotores, de la publicidad y demás, popular es ya vulgar, algo tan amorfo, con una construcción tal velozmente concebida y “Artísticamente” tan elemental, que a nadie le molesta, aunque tampoco a nadie le apasiona. “Arte” para quemar las horas como papeles inservibles. Y si el arte, dando salud al lenguaje sin embargo se debilita, también la salud del lenguaje pierde. ¿Puede esperarse un aumento de nuestro desorden?
Y no hemos pasado por alto que muchos son los científicos teístas, sólo que la idea de Dios que suelen ellos tener, apártase un tanto de la aquí expresada, pues gustan de ver a Dios como una norma suprema, fija y estática (“números supremos”) aún hoy desconocida, pero que puede en un futuro, ser totalmente des cubierta y manejada, elevándose con ello el hombre a la categoría de Dios; creencia que encontró eco lateral en el título de una obra de Fromm llamada “Y SEREIS COMO DIOSES”; bálsamos pueriles de la razón a los problemas reales, pues ningún ser vivo abandonará jamás la dificultad dramática, ora mayor, ora menor, que implica el simple acto de vivir. Einstein sostuvo que “algún día todo será comprendido, incluso una sinfonía de Mozart, sólo que no tendría ninguna utilidad comprenderla”. Pero ni siquiera eso. Pues el fenómeno de comprender está capitaneado por la lógica, mientras el del arte está capitaneado por el placer. Y resulta imposible una comprensión lógica completa del arte, por lo mismo que es también imposible una comprensión lógica completa del placer. El placer no está para ser entendido, sino para ser vivido. Y si el absurdo de entenderlo nítidamente se diera, él acorralado, convertiríase en desagrado como por acto de magia. Los números y por tal la lógica, pueden dominar el versátil problema de los ciclos. Pero los ritmos, hechos de ciclos y de no-ciclos, son incontrolables para los números. Los buenos músicos siempre lo han sospechado.

 

 

 

 

 

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